domingo, 27 de noviembre de 2016

jueves, 17 de noviembre de 2016

Un virus que mata a los conejos hace peligrar la recuperación del lince

La escasez de esta presa fundamental para linces y águilas imperiales está a un nivel "preocupante"

Los linces dependen de los conejos para sobrevivir. PROGRAMA DE CONSERVACIÓN EX-SITU DEL LINCE IBÉRICO | EPV
La evolución del lince en la península Ibérica se desarrolló en paralelo con el monte mediterráneo y allí el conejo es la clave. El lince ibérico se especializó de tal forma en la caza de estos mamíferos orejudos que ahí está el origen de muchos de sus problemas: depende de tal forma del conejo que sin él su viabilidad está en entredicho. En los últimos años, el programa de recuperación del lince había dado importantes alegrías, pero una nueva epidemia vírica que afecta al conejo está poniendo en riesgo esta tendencia. E incluso el futuro de las águilas imperiales ibéricas, también muy dependientes de esta presa.
El proyecto que se encarga de evitar la extinción del lince (Iberlince) acaba de hacer público un informe en el que muestra cómo una nueva cepa de un virus está diezmando las poblaciones de conejo en Andalucía. Este virus, denominado RHDVb, provoca hemorragias en los conejos y no tiene cura posible. El informe de Iberlince, firmado por su director Miguel Ángel Simón, asegura que "el descenso apreciado en los últimos años se antoja cuando menos preocupante".
"Si en los próximos años la dinámica de las poblaciones de conejo continua siendo regresiva, el futuro de las reintroducciones puede verse seriamente comprometido"
"Si en los próximos años la dinámica de las poblaciones de conejo continua siendo regresiva, el futuro de las reintroducciones puede verse seriamente comprometido", concluye Simón. Las reintroducciones han sido el gran éxito de los últimos tiempos en la recuperación de este depredador, consiguiendo que hembras se reproduzcan más allá de los bastiones andaluces. Pero sin conejos para alimentar a sus camadas de nada sirve repartir animales por la Península.
"El efecto que tiene en los conejos es como el ébola pero se contagia como la gripe", explica Ramón Pérez de Ayala, responsable del proyecto Iberlince en WWF España, para mostrar la terrible mortalidad que provoca en estos animales. La enfermedad hemorrágica no es nueva: golpeó con fuerza a mediados de los 90 del siglo pasado y ahora que los conejos comenzaban a recuperarse y a inmunizarse, el virus mutó en una nueva cepa que "asusta bastante", en palabras de Pérez de Ayala. De media, las poblaciones de conejos en Andalucía han caído en torno a un 40% en el último lustro.
"El efecto que tiene en los conejos es como el ébola pero se contagia como la gripe", explica Ramón Pérez de Ayala
La densidad de población de los conejos es esencial para la cría de sus depredadores: "En zonas como Doñana, el número de conejos está por debajo del umbral en el que los linces empiezan a no criar, y por eso nos tiene muy preocupados", reconoce Pérez de Ayala. Y añade: "Si no es por los esfuerzos tremendos que estamos haciendo introduciendo conejos, las poblaciones naturales no se sostienen".
Este especialista también ha participado en un estudio publicado este mes en la revista Scientific Reports que ponía en evidencia el daño que este virus hemorrágico provoca tanto en linces como en águilas imperiales ibéricas. Según sus números, en distintas zonas de la Península se había producido un declive de casi el 70% de los conejos, que como consecuencia había reducido un 65% la reproducción de linces y un 45% la de águilas. "Normalmente, va con un año de retraso: cuando caen los conejos, al año siguiente hay menos reproducción", asegura el experto de WWF.
La enfermedad hemorrágica no tiene cura y se está lejos de encontrar la forma de atajarla. Así que de momento se realizan trabajos para sostener el equilibrio de conejos en los ecosistemas. No obstante, se está empezando a trabajar en un proyecto que permita realizar un muestreo nacional y una red de seguimiento de las poblaciones de conejo y de la enfermedad. Porque sin conejos sus míticos depredadores no pueden sobrevivir.

La edición del genoma logra devolver parcialmente la vista a ratas ciegas

Una innovación del sistema CRISPR consigue que estos animales recuperen la sensibilidad a la luz y una mejora parcial de su retina

Imagen de la doble hélice de ADN (ácido desoxirribonucleico). La combinación de aminoácidos en cada cromosoma determina los genes que son como códigos portadores de información. ATLAS
Entre las muchas perspectivas que ha abierto la técnica CRISPR de edición genómica, una de las aplicaciones que parece más viable a corto plazo es la corrección de errores genéticos en personas adultas. Científicos de 11 países han dado un paso esencial al inventar, poner a punto y probar en modelos animales una variante de la técnica que permite, por primera vez, editar genes en células que ya no se dividen, que son la mayoría en un adulto. Como prueba de principio, han restaurado parte de la visión a ratas ciegas.
La corrección de errores genéticos en el adulto es un viejo sueño de la biomedicina. Con el nombre de terapia génica, lleva ensayándose más de 30 años en medio mundo, pero sus resultados han sido muy modestos. La técnica CRISPR, que está revolucionando los laboratorios de genética por su eficacia, facilidad de uso y bajo coste, promete convertirse, entre otras muchas cosas, en la terapia génica del futuro a corto plazo.
La corrección de errores genéticos en el adulto es un viejo sueño de la biomedicina. Con el nombre de terapia génica, lleva ensayándose más de 30 años en medio mundo, pero sus resultados han sido muy modestos
Quedan, sin embargo, serios problemas técnicos por resolver antes de que CRISPR (pronúnciese crísper) pueda llegar a los ensayos clínicos. Uno de los más graves es que este método de edición genómica, basado en un sistema antiviral que las bacterias llevan usando más de 3.000 millones de años, funciona muy bien en células que se están dividiendo, pero no en las que ya han dejado de hacerlo. La mayoría de las células del adulto –en el cerebro, el páncreas o el hígado— están en esta segunda situación.
La innovación que un equipo científico internacional coordinado por Juan Carlos Izpisúa, del Instituto Salk de California, presenta en Nature salva justo este importante escollo. Los detalles son complicados –aunque basta armarse de paciencia para entenderlos—, pero la clave ha venido de combinar CRISPR con otros sistemas de gestión y reparación del ADN que no provienen de las bacterias, sino de nuestras propias células. La célula humana es en sí misma un ingeniero genético muy notable, y a veces se le puede reclutar para ponerle al servicio de la biomedicina.
Como prueba de principio, el equipo ha probado su técnica en un modelo de rata con retinitis pigmentosa, una de las causas de ceguera más común en las personas, de naturaleza genética. Los científicos han administrado, directamente a los ojos de esas ratas ciegas, una copia funcional del gen Mertk, uno de los genes dañados en esa dolencia. Cinco semanas después, los animales habían recuperado la sensibilidad a la luz, y mostraron en diversas pruebas que su retina se había recuperado parcialmente.
“Estamos muy emocionados por la técnica que hemos descubierto, es algo que no se podía hacer hasta ahora”, dice Izpisúa. “Por primera vez podemos entrar en las células que no se dividen y modificar su ADN a voluntad; las posibles aplicaciones de este descubrimiento son vastas”. El científico español dirigió el Centro de Medicina Regenerativa de Barcelona hasta enero de 2014, cuando dimitió ante la falta de apoyo político. Las administraciones catalana y española adujeron que su dedicación era insuficiente, ya que no había roto sus lazos con el Instituto Salk, un centro de referencia de la biología mundial.
Izpisúa: “Ahora tenemos una tecnología que nos permite plantear la reparación de genes en el cerebro, el corazón y el hígado; podemos soñar con curar enfermedades hasta ahora intratables, lo que resulta muy emocionante
El científico mantiene, sin embargo, una productiva colaboración con otros centros españoles. Entre las instituciones internacionales que han contribuido a este trabajo se cuentan la Universidad Católica de Murcia (UCAM), la Fundación Pedro Guillén de la clínica CEMTRO de Madrid y el Hospital Clinic de Barcelona.
“Cada día es más importante la colaboración entre laboratorios y entre países”, dice Izpisúa. “Este trabajo se ha llevado a cabo con científicos de medio mundo, China, Japón, Corea del Sur, India, Irán, España, Canadá, México, Suiza, Arabia Saudí y Estados Unidos. La sinergia entre distintos dominios científicos y tecnológicos resulta esencial para el avance de la investigación biomédica”.
El científico español añade: “Ahora tenemos una tecnología que nos permite modificar el ADN de las células que no están dividiéndose, y nos podemos plantear la reparación de genes en el cerebro, el corazón y el hígado; podemos soñar con curar enfermedades hasta ahora intratables, lo que resulta muy emocionante”. Cada vez es más evidente que CRISPR y sus derivados han abierto un nuevo continente a la biomedicina.

viernes, 11 de noviembre de 2016

BIOLOGÍA MOLECULAR. 4º E.S.O.


Los insectos le ganaron la batalla al meteorito que mató a los dinosaurios

La vida en el hemisferio sur se recuperó dos veces más rápido que en el norte tras el impacto

Zona en la que cayó el meteorito de Chixculub, en la península de Yucatán, vista desde el espacio. ESA
Hace 66 millones de años, una roca espacial de 10 kilómetros chocó contra la Tierra causando una explosión equivalente a 7.000 millones de bombas atómicas. El choque levantó una enorme fumarola de roca pulverizada que se elevó hasta cubrir todo el globo y sumirlo en una profunda oscuridad. Tsunamis de más de 100 metros arrasaron las costas del actual Golfo de México, donde cayó el meteorito, y se desencadenaron fuertes terremotos. Parte de los escombros levantados por el impacto comenzaron a llover como diminutos meteoritos y transformaron el planeta en un infierno de bosques ardiendo. Las plantas que no se quemaron se quedaron sin luz solar durante meses. Tres de cada cuatro seres vivos en el planeta fueron exterminados, incluidos todos los dinosaurios no avianos.
Una de las grandes incógnitas sobre el evento de extinción masiva del Cretácico es si existió un refugio donde la vida permaneció más o menos intacta. Algunos estudios han situado ese oasis en el hemisferio sur del planeta, especialmente cerca del Polo.
Estudios recientes apuntan a que en Patagonia y Nueva Zelanda la extinción de plantas fue mucho menor
“La mayoría de lo que sabemos sobre la extinción y la recuperación de la vida en tierra después del asteroide viene del Oeste de EE UU, relativamente cerca del lugar del impacto, en Chixculub, México”, explica Michael Donovan, investigador de la Universidad estatal de Pensilvania (EE UU). Se sabe “mucho menos” de lo que sucedió en otras zonas más alejadas, dice, pero hay estudios recientes del polen y las esporas que apuntan a que en Patagonia y Nueva Zelanda la extinción de plantas fue mucho menor.
En un estudio publicado hoy en Nature Ecology & Evolution, Donovan y otros científicos en EE UU, Argentina y China exploran la hipótesis del refugio del sur a través del análisis de hojas fósiles de antes y después del impacto encontradas en la Patagonia argentina. En concreto, el equipo de investigadores ha analizado las pequeñas mordeduras dejadas por insectos herbívoros en la vegetación para estimar cuándo se recuperó el nivel de diversidad biológica anterior al desastre.
Los resultados muestran que, al igual que lo que se observó en el hemisferio norte, los insectos del sur prácticamente desaparecieron después del choque del meteorito. Pero los fósiles analizados también muestran que los niveles de diversidad de insectos se recuperaron en unos cuatro millones de años, dos veces más rápido que en el norte.
Los niveles de diversidad se recuperaron en unos cuatro millones de años, dos veces más rápido que en el norte
“También hemos estudiado los minadores, rastros de deterioro en las hojas hechos por larvas de insecto al alimentarse”, explica Donovan. “No encontramos pruebas de la supervivencia de minadores del Cretácico, lo que sugiere que este no fue un refugio para estos insectos”, explica, pero en los restos de después del impacto enseguida aparecen nuevas especies.
El trabajo refuerza la hipótesis de que la vida regresó antes a las zonas más alejadas del punto de impacto, “aunque también pudo haber otros factores desconocidos”, advierte Donovan. Las diferencias en el tiempo de recuperación probablemente influyeron en los patrones de biodiversidad hasta la actualidad, comenta.
El trabajo también puede ayudar a explicar por qué otras pequeñas criaturas que se alimentaban de insectos acabaron conquistando la Tierra tras sobrevivir al meteorito que exterminó a los dinosaurios. “Es posible que los cambios en la cadena alimentaria causados por la extinción de los insectos después del impacto, seguidos de la recuperación de los niveles anteriores afectasen a otros organismos, incluidos los mamíferos”, resalta.

Las emisiones de CO2 aceleran la fotosíntesis de las plantas

La masa vegetal en la Tierra está absorbiendo cada vez más dióxido de carbono generado por los humanos

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La cubierta vegetal global está creciendo a pesar de la deforestación. En la imagen, la selva de Cairns, en Australia.  CSIRO
Cuanto más CO2 emiten los humanos a la atmósfera, más CO2 absorben las plantas de ella. En un proceso del que los científicos aún no tienen claras sus consecuencias a largo plazo, el aumento de las emisiones de dióxido de carbono está acelerando la fotosíntesis vegetal. Y con ello, según un estudio, la vegetación terrestre ha doblado su capacidad de retirar el principal gas de efecto invernadero. Sin embargo, la ayuda vegetal no ha logrado una reducción neta del CO2 atmosférico ni frenado el cambio climático.
El ciclo del carbono es una especie de círculo virtuoso en el que sus diferentes agentes, la atmósfera, los océanos, la biosfera (seres vivos) o la litosfera emiten y retiran carbono. Ese intercambio ha permanecido más o menos inmutable durante milenios. En estas, llegaron los humanos y, en particular desde la Revolución Industrial alimentada por los combustibles fósiles, alteraron la ecuación: un nuevo agente emitía una cantidad extra de carbono, en especial en forma de CO2, y reducía la capacidad de otros de capturarlo al alterar el medio.
El factor humano ha elevado la concentración de CO2 en la atmósfera en los dos últimos siglos de forma acelerada. De las 278 partes por millón (ppm) de dióxido de carbono que hay en el aire se ha pasado a 400 ppm. Este aumento es el principal agente causal del cambio climático. Sin embargo, a los científicos no le cuadraban las cuentas. A pesar de que las emisiones no han dejado de aumentar, en lo que va de siglo el ritmo de concentración del CO2 se había mantenido estable. Así, mientras a finales de los años 50 la ratio de aumento del gas era de 0,75 ppm cada año, en 2002 era ya de 1,86 ppm. Esta cifra se ha mantenido sin nuevas subidas desde entonces. ¿A dónde ha ido a parar el gas?
La capacidad de las plantas de retirar CO2 se ha doblado respecto al siglo pasado
"La fotosíntesis, y específicamente lo que investigamos en el estudio, la fertilización de las plantas debido a una atmósfera con más CO2 remueven el gas del ambiente. A más CO2 en la atmósfera, más retiran las plantas", dice el catalán Pep Canadell, director del Global Carbon Project e investigador del CSIRO de Australia (similar CSIC español). En la fotosíntesis, las plantas toman CO2 y liberan dioxígeno u O2, quedándose con el carbono.
Junto a colegas de instituciones británicas y estadounidense, Canadell ha investigado qué estaba ralentizando el aumento de la concentración de dióxido de carbono atmosférico. La cubierta vegetal y los océanos retiran de la circulación cerca del 50% del CO2 emitido por las actividades humanas. Aunque el secuestro marítimo parece estable desde hace décadas, no lo está siendo el del manto verde.
Así, según publican en la revista Nature Communications, su investigación muestra que la mayor cantidad de CO2 emitido ha provocado que los ecosistemas terrestres doblen su capacidad como sumideros de carbono. En concreto, las plantas han pasado de retirar entre 1 y 2 petagramos cada año (Pg, cuya unidad equivale a 1.000 millones de toneladas) en 1950 a entre 2 y 4 anuales en este siglo.
"Por desgracia, este aumento ni se acerca a lo que necesitamos para detener el cambio climático"
TREVOR KEENAN, LABORATORIO NACIONAL LAWRENCE (EE UU)
Para doblar su capacidad de capturar CO2 las plantas han crecido tanto en cantidad como en calidad. A comienzos del año pasado, investigadores del CSIRO, entre ellos Canadell, mostraron que la cubierta vegetal mundial ha aumentado y eso a pesar de la gravedad de la deforestación en las zonas ecuatoriales. Pero también la mayor concentración de dióxido de carbono ha acelerado la fotosíntesis, con lo que, hay más plantas y crecen más y más que, a su vez, retiran más CO2. El reverso de la moneda, el dióxido de carbono emitido por las plantas en su respiración, sin embargo, no ha crecido al mismo ritmo.
"Por desgracia, este aumento ni se acerca a lo que necesitamos para detener el cambio climático", aclara en una nota el investigador del Laboratorio Nacional Lawrence de Berkeley (EE UU) y principal autor de la investigación, Trevor Keenan. Y añade: "Hemos mostrado que se está produciendo un aumento en la captura terrestre de carbono y con una explicación creíble del porqué. Pero no sabemos con exactitud donde está aumentando más la captura, cuánto durará este aumento y lo que pueda implicar para el futuro del clima terrestre".