lunes, 27 de abril de 2015

BIOLOGÍA

La otra evolución de las especies

No todo es lucha y egoísmo en la biología: las novedades también surgen por la cooperación




Imagen de un calamar bioluminescente.
Debemos a Darwin la noción de una evolución basada en la lucha y el egoísmo, en la “naturaleza roja en diente y garra” que cristalizó en el perdurable verso de Tennyson; y desde los diabéticos de la isla de Nauru en la Polinesia hasta los gorilas montañosos del oriente africano confirman cada día ese mecanismo evolutivo ciego y cruel como un algoritmo psicópata. Pero hoy sabemos que hay otros caminos basados menos en la competición que en la colaboración, menos en la muerte que en la innovación. Estas estrategias no ganan al peso, pero han protagonizado algunas de las invenciones más raudas y brillantes de la historia de la vida.
Toby Kiers, de la Universidad de Vrije en Holanda, y Stuart West, de la de Oxford en Reino Unido, revisan ahora en Science las evidencias sobre nuevas especies generadas por simbiosis, o a partir de la asociación oportunista de dos especies preexistentes, cada una aportando a la sociedad unos talentos muy convenientes para la coyuntura que les toque en ese momento. La biología ha identificado casos de todo el proceso que lleva a dos especies separadas por miles de millones de años de evolución a formar una especie única con lo mejor de dos mundos.
Hoy sabemos que la evolución usa otros caminos basados menos en la competición y más en la colaboración
“Las asociaciones simbióticas son una importante fuente de innovación evolutiva”, explican los científicos. “Han dirigido diversificaciones rápidas de los organismos, han permitido a los huéspedes emplear nuevas formas de energía, y han modificado radicalmente los ciclos de nutrientes de la Tierra”. La evolución de nuevas especies por simbiosis es un fenómeno relativamente infrecuente, pero tiende a producir invenciones brillantes y veloces, al menos según las parsimoniosas escalas de los geólogos y paleontólogos.
Tomemos al platelminto Paracatenula, un gusano plano de un milímetro que campa por los sedimentos arenosos de los océanos tropicales y templados, y que ha dejado atónitos a los zoólogos de medio mundo por haber perdido la boca y el tubo digestivo. Ya no le hacen falta, porque han incorporado una bacteria (Riegeria galateiae) que obtiene su energía por métodos químicos: oxidando el sulfuro del medio a sulfato. La bacteria coloniza todo el cuerpo del gusano y se transmite de padres a hijos como cualquier otro grupo de genes. Paracatenula se considera por tanto una especie radicalmente nueva: un gusano sin boca capaz de alimentarse sin comer oxidando sulfuro.
Otro ejemplo son las cigarras, o chicharras, que han incorporado en sus células no ya una, sino dos bacterias simbióticas: Hodgkinia y Sulcia. Estos endosimbiontes (simbiontes que viven dentro de las células del huésped) ayudan a la cigarra a sacar provecho de su magra dieta de vegetales, y a subsistir durante los largos periodos (hasta 17 años) que estos insectos pueden permanecer latentes en su estado de ninfas, o cícadas. Como en el caso del gusano Paracatenula, tanto el huésped como las bacterias simbióticas han experimentado modificaciones genómicas complementarias que convierten su unión en indisoluble. También son, por tanto, nuevas especies originadas por simbiosis.
Las asociaciones simbióticas son una importante fuente de innovación evolutiva”, explican los científicos
Para entender el proceso, quizá los casos más ilustrativos son aquellos en que la transición hacia una nueva especie no se ha completado: he aquí la evolución capturada con las manos en la masa. El gusano marino gigante Riftia, por ejemplo, carece de sistema digestivo y depende para alimentarse de una bacteria simbiótica (en la foto). Pero la bacteria no se transmite de padres a hijos: tiene una vida libre independiente y el gusano la engulle durante su fase larvaria. La integración de las dos especies no es completa y puede que esté en una situación de transición.
Un caso de transición más célebre es el de las legumbres, las únicas plantas de cultivo que no necesitan nitratos: pueden obtenerlos directamente del nitrógeno atmosférico gracias a la bacteria rhizobium que se aloja en unos nódulos especiales de sus raíces. Este es el principio que subyace a la práctica tradicional de alternar los cultivos de cereales y de legumbres: los primeros emplean los nitratos que las segundas han depositado (fijado, en la jerga) en el suelo durante la temporada anterior. Un método de abonado verdaderamente sostenible.
Y no olvidemos al calamar bioluminescente. Estos calamares obtienen los asombrosos diseños de luz y color que utilizan para camuflarse de unas bacterias luminescentes simbióticas. Pero, tanto en este caso como en el de las legumbres, las bacterias simbióticas tienen también una vida libre independiente, y son adquiridas por los huéspedes a lo largo de su vida, y no transmitidas de padres a hijos. No se pueden considerar nuevas especies, sino candidatos en transición.
“La interacción entre la teoría evolutiva y la investigación genómica nos permitirá entender la evolución de la complejidad organísmica en un solo marco unificado”, concluyen Kiers y West. La simbiosis es un mecanismo de generación de nuevas especies rápido, pero solo en las escalas de los geólogos. Sus engranajes internos están repletos de finos ajustes que siguen necesitando de la selección natural darwiniana. No hay conflicto en el evolucionismo.

La simbiosis fundamental

J. S.
Los casos de calamares bioluminescentes y gusanos marinos gigantes pueden parecer meras curiosidades de la biología, la ciencia de la exuberancia y la profusión donde cualquier cosa que pueda ocurrir acaba ocurriendo en alguna parte. Pero hay un suceso que ha resultado tan central en la historia de la vida en la Tierra que obliga, por sí mismo, a considerar la simbiosis como un mecanismo evolutivo esencial: el origen de la célula eucariota, el tipo de célula del que estamos hechos todos los animales, las plantas y los hongos de este planeta, además de microorganismos unicelulares como las amebas y los paramecios. Sin la simbiosis que originó la célula eucariota no existiríamos.
Las mitocondrias se han hecho bastante populares en los últimos tiempos. Se han usado para identificar a Colón, para resolver toda clase de crímenes y para determinar los parentescos del hombre de Atapuerca; además transmiten enfermedades hereditarias por vía materna y son objeto de intensa investigación para intentar corregirlas. Cada una de nuestras células contiene entre 100 y 100.000 mitocondrias, que son las responsables de producir la energía para los procesos vitales.
Gracias sobre todo a la gran bióloga Lynn Margulis (1938-2011), aunque con notables precursores que se remontan a tiempos de Darwin, sabemos hoy que las mitocondrias provienen de antiguas bacteria de vida libre, y que su asociación con otras bacterias y arqueas (similares a las bacterias) generó la célula eucariota hace unos 2.000 millones de años. Como en los demás casos de simbiosis, la selección natural darwiniana tuvo un montón de trabajo que hacer después, pero el mecanismo disparador fue la simbiosis.
Las células de las plantas y las algas tienen un segundo orgánulo (pequeño órgano intracelular) de origen bacteriano: los cloroplastos que les permiten obtener energía de la luz solar.
Si esto son curiosidades, nosotros también lo somos.

domingo, 26 de abril de 2015

jueves, 23 de abril de 2015

sábado, 18 de abril de 2015

Desvelado el mecanismo del amor entre los perros y sus dueños

Las mascotas y sus amos retroalimentan su felicidad mirándose a los ojos, un fenómeno que dispara la producción de la hormona del afecto en los cerebros de ambos

     
"El amor hacia el perro es voluntario, nadie lo fuerza [...]. Y lo principal: ninguna persona puede otorgarle a otra el don del idilio. Eso sólo lo sabe hacer el animal [...]. El amor entre un hombre y un perro es un idilio. En él no hay conflictos, no hay escenas desgarradoras, no hay evolución", escribía Milan Kundera en La insoportable levedad del ser. En la novela, la protagonista, Teresa, llega a pensar que el amor que siente por su perra Karenin es mucho mejor que el que siente por su marido.
Este sentimiento se repite en un sinfín de obras artísticas y se condensa en una frase, “Cuánto más conozco a las personas, más quiero a mi perro”, que ha sido atribuida a decenas de autores, aunque posiblemente podría ser firmada por decenas de millones. Hoy, un equipo de científicos ilumina este proceso de enamoramiento entre los perros y sus dueños: retroalimentan su felicidad mirándose a los ojos.
Los investigadores, encabezados por el veterinario japonés Takefumi Kikusui, metieron a 30 perros con sus dueños en una misma habitación, durante 30 minutos, y observaron lo que ocurría: miradas, caricias, voces mimosas. Y, antes y después del experimento, midieron la cantidad de la llamada hormona del amor, la oxitocina, en la orina tanto de las mascotas como de los amos.
Las conclusiones de Kikusui, de la Universidad de Azabu (Japón), son sorprendentes: cuanto más se miraban a los ojos los perros y sus dueños, más oxitocina producían sus cerebros. A continuación repitieron el experimento con lobos criados a biberón. La hormona, ingrediente químico fundamental del cariño que sentimos en nuestro cerebro, no aumentaba.
El equipo de científicos fue todavía más allá. En un tercer experimento, rociaron oxitocina en el hocico de algunos perros y los volvieron a meter en una habitación con su dueño y dos personas desconocidas. En los vídeos, puede verse cómo algunas mascotas se quedaban congeladas mirando a los ojos de sus dueños, que a su vez producían más oxitocina, en una cantidad correlacionada con la de sus animales.
“Estos resultados respaldan la existencia de un bucle de oxitocina que se autoperpetúa en la relación entre humanos y perros, de una manera similar a como ocurre con una madre humana y su hijo”, sostiene el equipo de Kikusui, que publica sus conclusiones en la portada de la prestigiosa revista científica Science. Durante el proceso de domesticación, a lo largo de miles de años, los perros habrían evolucionado para imitar un comportamiento, la mirada de los niños, que provocaba recompensas y mimos. “El alma que hablar puede con los ojos también puede besar con la mirada”, recitaba el poeta Gustavo Adolfo Bécquer. Kikusui dice lo mismo, pero de los perros y sus dueños.
Las implicaciones del estudio son importantes desde el punto de vista médico. Los resultados apoyan las terapias con perros para personas con autismo o trastorno de estrés postraumático, dos patologías en las que, de hecho, se está empleando la oxitocina como tratamiento experimental.
El trabajo de Kikusui, sin embargo, tiene puntos débiles. Los perros rociados con oxitocina que se quedaban congelados mirando a sus dueños eran todos hembras. Un estudio similar en humanos, llevado a cabo en 2012 con 35 padres y sus hijos de cinco meses en Israel, no halló estas diferencias por género. Los adultos eran rociados con oxitocina y la hormona del amor subía en paralelo en los niños, fueran chicos o chicas. “Es fascinante ver que la oxitocina se disparó sólo entre los propietarios de las perras”, opina el principal autor de aquel estudio, el médico Omri Weisman, de la Universidad de Yale (EE UU).
Para el equipo de Kikusui, es posible que las perras sean más sensibles a la administración intranasal de oxitocina o, incluso, que la hormona aplicada artificialmente a los machos desencadenara un mecanismo de agresividad ante la presencia de extraños.
En 2009, el húngaro József Topál, experto en comportamiento animal, publicó otro estudio en la revista Science que mostraba que los perros y los bebés de 10 meses de edad buscaban un objeto en su escondite inicial aunque hubieran visto que se había cambiado de lugar, en parte debido a la mirada engañosa de la persona que lo escondía, que señalaba al escondrijo original. En el trabajo de Kikusui, Topál echa de menos experimentos con lobos más socializados, entrenados para mirar a los ojos de sus dueños.
El investigador, de la Academia de Ciencias Húngara, recuerda que incluso los lobos criados con biberón evitan la mirada de sus amos, porque para ellos este comportamiento está asociado a la amenaza. Pero los lobos pueden aprender a comunicarse de manera amable con la mirada, según demostró un estudio en 2011. A juicio de Topál, incluir estos lobos en los experimentos de Kikusui habría servido para discernir si esa mirada lobuna genera también la hormona del amor en el cerebro de sus dueños o si se trata de un rasgo únicamente perruno.
“El estudio de Kikusui es impresionante, pero cualquier conclusión sobre la coevolución de este proceso es prematura”, afirma. “No se puede excluir la hipótesis de que este bucle de oxitocina que se autoperpetúa pueda existir entre las personas y cualquier otro animal, siempre que el animal presente comportamientos afiliativos socialmente relevantes, como la tendencia de mirar a los humanos”, sentencia. El perro es el mejor amigo del ser humano, pero podría serlo cualquier otro bien entrenado, sugiere.

El estilo de vida occidental mata las bacterias que llevamos dentro

Una comparación entre occidentales e indígenas de Papúa Nueva Guinea muestra una mayor diversidad del microbioma intestinal de los papúes


Las comunidades tradicionales, como esta de Papúa Nueva Guinea, conservan una diversidad bacteriana que en las sociedades occidentales. / ANDREW GREENHILL
En su camino de progreso, los occidentales no solo están acabando con la vida que les rodea, también con la que llevan dentro. Una comparación entre el microbioma intestinal de estudiantes en EE UU y miembros de dos comunidades de Papúa Nueva Guinea (Oceanía) muestra que los papúes tienen mayor diversidad de bacterias. Las servidumbres del estilo occidental, con su higiene, su dieta o sus antibióticos, están llevando a la extinción a organismos que, en la mayoría de los casos, llevaban cientos de miles de años conviviendo con nosotros.
Un número creciente de biólogos sostiene que cada ser humano es en realidad un holobionte (de todo y vida, en griego) formado por el humano y su microbioma. No en vano, dentro de cada uno hay un kilo y medio de bacterias: unos 100 billones de microbios agrupados en centenares de especies. La mayoría llevan con nosotros desde que bajamos del árbol. Las hay en la piel, en los genitales, en la boca y, en especial, en el aparato digestivo donde, en un complicado equilibrio, hacen la mayor parte del trabajo que transforma la comida en nutrientes, alimentándose de los que el cuerpo no se necesita.
Sin embargo, los humanos actuales, en especial los occidentales, ya no son los mismos. La Revolución industrial y las revoluciones que la siguieron (la del transporte, la sanitaria, la del consumo o la homogeneización cultural) han creado un estilo de vida que es hostil para las bacterias. Lo bueno del progreso es que ha acabado con muchas de las infecciones de origen bacteriano en las sociedades avanzadas. Lo malo es que está atacando a las bacterias que, como organismos simbióticos, vivían por y para los humanos.
Los ocidentales tienen un 15% menos de diversidad bacteriana que los habitantes de Papúa Nueva Guinea
La última prueba la acaban de obtener un grupo de microbiólogos americanos y australianos que han estudiado el microbioma intestinal de un grupo de estudiantes de una universidad estadounidense con el de dos grupos de papúes, comprobando que los primeros tienen ecosistemas bacterianos más pobres que los segundos.
"Los individuos de Papúa Nueva Guinea alojan un promedio de 224 especies, mientras que los residentes en EE UU tenían una media de 197", dice el biólogo de las universidades de Alberta (Canadá) y Nebraska (EE UU) y coautor del estudio Jens Walter. "Si lo expresamos en porcentaje, se puede decir que los residentes estadounidenses tiene un 15% menos de diversidad", añade.
Con la ayuda de microbiólogos australianos y papúes, Walter y su equipo de investigadores llegaron hasta dos comunidades rurales en la ya rural Papúa Nueva Guinea. De las tierras altas de Goroka, seleccionaron a una veintena de adultos del pueblo de los asaro. De las llanuras de Madang, a otros tantos de entre los sausi. En ambos casos, bondades de la occidentalización como el agua corriente, recogida de basuras o retretes aún no han llegado. Su dieta es mayoritariamente vegetal, rica en fibra pero reducida a la batata, taro o plátano que cocinan al aire libre. Solo ocasionalmente comen carne o pescado.
El microbioma de los papúes es más homogéneo entre cada uno de ellos
Como grupo de control, los investigadores reclutaron a un grupo de estudiantes de la universidad de Nebraska. La mayoría, salvo dos, no eran estadounidenses. Los había de varios países latinoamericanos, asiáticos y algún africano. A pesar de su diversidad de origen todos encajan en lo que se llamaría estilo de vida occidental.
Los biólogos tomaron muestras fecales de todos los participantes y realizaron un análisis genético para dibujar el microbioma intestinal de cada uno. Buscaban diferencias y coincidencias tanto de grupo como entre cada individuo. Identificar todas las cepas de bacterias por su huella genética es una tarea ardua que exige una secuenciación casi completa, así que usaron una técnica que permite catalogarlas en unidades taxonómicas superiores a la especie, como género, familia, orden...
Tal y como publican en Cell Reports, los científicos encontraron un total de 1.520 de estas unidades taxonómicas. Pero, mientras entre los papúes, su microbioma estaba formado por más de 1.250 unidades, entre los estudiantes la cifra se quedó en las 931. Además, entre los asaro y los sausi, sus microbiomas se superponían y eso que ambas comunidades distan entre sí unos tres días a pie.
Entre las especies detectadas, los autores del trabajo comprobaron que la mayoría de los papúes tenían al menos unas 45 que no aparecen en la microbiota de los occidentales. Al contrario, en los estudiantes solo detectaron cuatro especies que no salían en el análisis de las heces de los indígenas.
Los asaro de Papúa Nueva Guinea tienen mayor diversidad bacteriana que los occidentales y su dieta rica en fibras es una de las causas. / Andrew Greenhill
"Un caso especial es el de la Lactobacillus reuteri, detectada en todos los participantes de Papúa Nueva Guinea pero ausente en los de EE UU", comenta la investigadora uruguaya y principal autora del estudio, Inés Martínez. "En los años 60, esta bacteria era frecuentemente aislada en los occidentales y en un número elevado, pero hoy en día apenas se detecta", añade. Entre las posibles razones para su desaparición podrían estar cambios en la dieta o algún factor que haya alterado su forma de dispersión.
También encontraron diferentes grados de abundancia de varias familias de bacterias. Al menos 25 familias y 45 géneros presentaban diferencias significativas en cuanto a su número entre occidentales e indígenas. Por ejemplo, la presencia del filo Bacteroidetes era mayor entre los papúes, mientras que el género Bifidobacterium era mayor en los estudiantes.
Otro dato que confirma el estudio es un fenómeno ya mostrado en trabajos anteriores. Aunque la diversidad de bacterias de los occidentales es menor, su microbioma es más diverso de individuo a individuo. Así, la microbiota de cada asaro o sausi es muy parecida a la de los demás miembros de la comunidad. En el caso de los participantes de EE UU, sus microbiomas diferían más entre sí.
"Lo más interesante es que este patrón se observa de forma similar en todos los estudios hasta el momento que han comparado la microbiota de gente en sociedades industrializadas versus no industrializadas", recuerda Martínez. Distintos científicos han señalado a diversas causas de esta menor homogeneidad entre los occidentales, como la dieta o los distintos estilos de vida.
Para explicar este doble fenómeno de mayor diversidad y homogeneidad entre los no occidentales frente a los occidentales, los autores del estudio recurren a mecanismos ecológicos. Las bacterias están tan vinculadas a su huésped, que los cambios o continuidades en los humanos ayudan a explicar el destino de estos microbios.
"Nuestra hipótesis propone que un mecanismo importante por el que esto puede ocurrir es la mayor dispersión de bacterias entre las personas en sociedades no industrializadas", sostiene Martínez. Las sociedades occidentales han levantado barreras contra esa dispersión en forma de mayor higiene, tratamiento del agua, antibióticos... que han combatido muchas infecciones pero que, "como daño colateral, han provocado una menor dispersión de las bacterias simbiontes", añade la investigadora uruguaya.
Para los autores del estudio, con el estilo de vida occidental, existe el riesgo de que se pierdan bacterias que podríamos necesitar más adelante. "Si en el futuro identificamos bacterias que no son detectables en el Occidente, pero sí lo son en países no industrializados, y al estudiarlas vemos que tienen un beneficio a la salud, las podríamos administrar como probióticos a los occidentales", mantiene Martínez.
En todo caso, el estudio concluye recordando que, a pesar de las diferencias detectadas entre la microbiota de los asaro, los sausi o la veintena de estudiantes venidos de varios países, todos comparten entre el 87% y el 97% de las bacterias fundamentales.

2º BACHILLERATO. TEMA 13. EL ADN Y LA INGENIERÍA GENÉTICA


lunes, 13 de abril de 2015

María Blasco: “El futuro va hacia retrasar todas las enfermedades”

La investigadora y directora del CNIO protagoniza la tercera entrega de la serie de entrevistas 'Así pasen cien años', que lanza una mirada al futuro

Blasco confía en que la ciencia alargará y mejorará la vida del ser humano en un mundo más igualitario y justo, donde los ciudadanos serán habitantes de la Tierra y no de países

La investigadora, María Blasco. / GORKA LEJARCEGI

    La investigadora y directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (Cnio), María Blasco, es la tercera protagonista de esta serie de conversaciones en torno al futuro de la humanidad, tras las entrevistasal escritor Javier Marías y alpaleontólogo Juan Luis Arsuaga. De la ciencia a la literatura, les hemos pedido que imaginen cómo viviremos de aquí al siglo XXII. ¿Podemos tener esperanza? ¿Seremos más felices? ¿Estaremos más sanos? ¿Cuántos años viviremos? ¿Será el mundo más justo, más libre, más solidario?
    Blasco suma a su premiada labor de investigadora la responsabilidad de dirigir una institución como elCNIO, donde trabajan cerca de 500 personas. Esa facilidad para alternar funciones, que Blasco lleva con encomiable equilibrio en una época de recortes sin cuento, debe ser una cualidad innata en esta bioquímica y bióloga molecular, que en directo sabe combinar pasión y racionalidad en una mezcla casi medida en una retorta de laboratorio: al 50%.
    ¿Qué mundo nos traerá más novedades en el siglo XXII? ¿Quizá la medicina? En general todo lo que sea derivado de la investigación, de la ciencia y la tecnología, y ahí está también incluida, por supuesto, la sanidad. La medicina evoluciona a gran velocidad por innovaciones que vienen a su vez de la investigación. Y es lógico que así sea, que se redoblen los esfuerzos en la curación de enfermedades porque es una exigencia de la sociedad.
    ¿Y en qué campos vamos a experimentar un mayor cambio en los próximos cien años, en terapia génica, en mejora de medicamentos, en cirugía? En todas. Es una realidad evidente que se está avanzando en todo a la vez. Y para el siglo XXII ya contaremos con progresos aún mayores. Hoy ya podemos observar cómo cada vez hay tecnologías más sofisticadas para cirugías, para detección precoz de enfermedades, etcétera. Todo eso va a ir avanzando sin parar. Ocurre igual con los fármacos, que día a día son más sofisticados, cada vez van más dirigidos a alteraciones muy concretas.
    Actualmente, el mayor número de muertes en todo el mundo se produce por enfermedades del sistema cardiovascular, el cáncer, la diabetes, el sistema nervioso… Dentro de un siglo, ¿serán también esas las enfermedades que causarán un mayor número de muertes? Antes de contestar me gustaría insistir en una cuestión previa que los científicos tenemos muy clara, pero que me parece que no es de conocimiento popular.
    Diga, diga… Pues que todas estas enfermedades son simplemente la consecuencia de una causa molecular, una causa biológica que es el proceso de envejecimiento celular. O sea, conforme van pasando los años nuestras células van perdiendo su estado de forma, van envejeciendo y eso es lo que causa la enfermedad. Ese es precisamente mi campo de investigación. Así que la forma que tenemos ahora de ver enfermedades como el cáncer y las cardiovasculares es que tienen un origen similar, que es este proceso de envejecimiento celular. Y ha habido una ciencia de altísima calidad, una ciencia muy rompedora en los últimos, yo diría, quince o veinte años que ha empezado a desvelar cuáles son estas causas moleculares, y por primera vez también hace unos pocos años se ha demostrado que alterar solo una de estas causas retrasaría todas esas enfermedades.
    ¿Todas, dice? Sí, sí, eso es. Ahí es hacia donde va el futuro. El futuro no va hacia tengo algo para el cáncer o voy a tener algo para cardiovascular, que es lo que ha estado ocurriendo hasta ahora. El futuro va hacia intentar realmente retrasar todas las enfermedades. ¿Y esto por qué? Porque lo que se ve que es importante realmente es estar sano, estar saludable durante el mayor tiempo posible. Es lo que se llama alargar el tiempo de vida de juventud. Ese es uno de los grandes retos, una de las grandes revoluciones en la manera de ver la enfermedad y una de las cosas que más avances nos va a dar.

    María Blasco

    (Alicante, 1965) es doctora en Bioquímica y Biología Molecular por la Universidad Autónoma de Madrid. Realizó su tesis doctoral en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa, CSIC-UAM, Madrid, bajo la supervisión de Margarita Salas. El mismo año que obtenía el título, en 1993, se incorporó al Harbor Laboratory (Cold Spring Harbor, Nueva York, EE UU). Regresó cuatro años más tarde a España para convertirse en jefa de grupo en el Centro Nacional de Biotecnología, CSIC, Madrid. En 2003 se incorporó al Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO, Madrid) como jefa del grupo de Telómeros y Telomerasa y directora del Programa de Oncología Molecular. Tras ocupar otros cargos en el centro, en junio de 2011 fue nombrada directora, en sustitución de Mariano Barbacid. Es una de las científicas españolas más reconocidas internacionalmente por sus contribuciones fundamentales sobre los telómeros y la telomerasa y la función que desempeñan en el cáncer y el envejecimiento.
    Suena parecido al elixir de la eterna juventud… No, no, hablamos de avances científicos. Es muy complejo, porque el problema tiene una parte genética y una parte ambiental.
    ¿En qué porcentaje? Pues un 20% genético y un 80% ambiental. Esto es, de los hábitos de vida. Hay un estudio hecho en Dinamarca con gemelos univitelinos que confirma claramente lo que le estoy diciendo. En ese 80% se incluye el tipo de vida que has llevado, en qué ciudad vives, la suerte o mala suerte que hayas tenido, el estrés laboral o emocional, independientemente de la genética. Sumemos también la suerte, la suerte de la vida, el azar. Dónde has estado, qué has hecho… Son cosas que tampoco las decides tú, puede ser que hayas tenido un accidente, que se te haya muerto un hijo…, todo eso influye en ese 80%.
    También cuenta, supongo, la alimentación o el sedentarismo.Claro, y por supuesto fumar o el consumo de alcohol. Hemos vivido casi de espaldas completamente al importantísimo efecto que tienen los hábitos de vida, los hábitos alimentarios, incluso el estrés, como decía antes, muchísimas cosas que ahora sabemos que están influyendo en esta capacidad para mantenernos sanos durante más tiempo y que repercuten de manera determinante en la salud de una persona.
    Ya, pero eso significa tan solo retrasar las enfermedades. ¿Y acabar con ellas, olvidarnos de su existencia? Por lo directo, ¿habrá cáncer en el siglo XXII? El cáncer ya es prácticamente curable al 100% si se detecta en estadios muy tempranos. Así que lograr que el cáncer no sea una de las principales causas de muerte en el siglo XXII pasa necesariamente por que seamos capaces de desarrollar biomarcadores efectivos que nos avisen de qué individuos están en riesgo de padecer cáncer y en estos casos poder detectarlo de manera precoz, cuando es curable. Hay que evitar que los tumores pasen al estadio de metástasis, porque la curación es muy difícil… Ojalá pudiéramos llegar al siglo XXII con este reto ya resuelto. Lo que sí ocurrirá dentro de cien años es que aquellos individuos que desarrollen un cáncer tendrán tratamientos personalizados acordes con el DNI genético del paciente y del tumor. Habrá muchos más fármacos que se habrán desarrollado contra los cientos de nuevas dianas que se están encontrando ahora gracias a la secuenciación del genoma del cáncer. Sabremos, además, cómo combinarlos para que maten más eficientemente los tumores. Eso sí, estos tratamientos serán muy costosos.
    No nos asegura entonces que el siglo XXII esté libre de cáncer… Es que los investigadores todavía tenemos muchas cosas que resolver antes de hacer una promesa de tal calibre… Vemos cánceres infantiles, claro, pero la verdadera incidencia del cáncer en términos estadísticos empieza a aumentar tanto en hombres como en mujeres a partir de los 40-50 años. El envejecimiento demográfico de la población predice que en 2050 en España habrá más de un 30% de la población con más de 65 años, y quizás esto sea aún mayor en el año 3000. Por lo tanto, si no hay avances significativos en nuestra capacidad para prevenir el cáncer, la predicción es que en el siglo XXII el cáncer puede ser una de las enfermedades más prevalentes. Para evitar llegar a esa situación hay que hacer un grandísimo esfuerzo hoy. Pero merece la pena.
    Pues más bien asusta más que tranquiliza… No, no. Lo que digo es que tenemos que multiplicar el trabajo de manera incansable sobre esos supuestos, y emplear todos los medios que podamos para lograr, repito, esos biomarcadores. En cardiovascular ya funcionan muy bien. El nivel de colesterol, por ejemplo. Esto ha sido una revolución, porque ser capaces de ver qué personas tienen riesgo de padecer un infarto, y antes de que lo sufran, cambiar los hábitos de vida, modificar la dieta, incluso darte una pastillita que te baja el colesterol, hace que retrase o evite la enfermedad cardiovascular. Si tuviéramos unos biomarcadores tan buenos con el cáncer, se podría diagnosticar con precocidad si un individuo tiene muchas probabilidades de llegar a desarrollar un cáncer de hígado, con lo que se le podría aplicar un tratamiento especial y, al igual que pasa con el colesterol, administrarle esa pastillita para evitar los malos efectos de esa proteína rara que tienes y que le producirá, de no tratarse, ese cáncer de hígado diez años después. Con una simple pastillita le bajarían esa proteína y no tendría nunca en su vida un cáncer de hígado. Pero en el cáncer no existen esos biomarcadores para saber qué personas están en riesgo.
    Nuestra salud depende en un 20% de la genética y en un 80% de los hábitos de vida que llevemos”
    Algunos científicos prevén que el abaratamiento y popularización de la tecnología permitirán que todos nosotros estemos llenos de chips en el interior de nuestro cuerpo para poder autochequearnos a diario, con la misma facilidad y la misma frecuencia con que nos lavamos los dientes. Esos datos sobre el comportamiento de nuestra maquinaria y sus correspondientes fluidos pasarán automáticamente a un médico o a un centro que vigile nuestro estado de forma. A través del aliento que recoja un espejo creado para ello, por ejemplo, se podrán saber muchos datos de nuestro estado de salud… Cuando llegue ese día, y puede estar muy próximo, habremos logrado tener muchos datos para esos biomarcadores de los que ahora carecemos. Y absolutamente personalizados. Sí, será un gran avance en la detección precoz. Ese cúmulo de datos nos servirá de indicador permanente. Seguro que hay empresas trabajando en ello. Ya existen desde los modestos tensiómetros a las más sofisticadas bombas de insulina o de morfina, por no hablar de otros avances mayores… Las mejoras rapidísimas en nanotecnología también son impresionantes, y ya se pueden utilizar hoy mismo nanorrobots que realicen esa función de detección en nuestro cuerpo. Todo eso lo veo al alcance de la mano, a la vista de lo rápido que van todas las investigaciones. El objetivo final es muy sencillo: ser capaces de tener biomarcadores con la misma facilidad con la que ahora se lee el genoma humano.
    ¿Y por qué no los tenemos? Pues obviamente porque todavía no hemos acabado de entender cómo se desarrolla ese proceso celular que lleva al cáncer.
    ¿Lo habremos logrado dentro de cien años? En eso estamos todos los investigadores de todo el mundo. Hay muchos científicos implicados, muchos centros con muchos medios, muchos millones de euros y dólares en juego. Es de esperar que lo consigamos en un futuro muy próximo…
    ¿Viviremos hasta los 120 años, como creen muchos científicos? Yo creo que hay un límite biológico de nuestra especie que son 120 años, que es el récord que hay hasta ahora. Los más longevos suelen vivir hasta 115. Lo que presumiblemente ocurrirá en el siglo XXII es que la inmensa mayoría llegaremos –llegarán– a los 115 o 120 años sin necesidad de modificaciones genéticas. Con fármacos que van destinados a enlentecer el envejecimiento, ese límite se podría incluso superar, pero eso ya sería alterando las rutas moleculares que regulan el envejecimiento.
    Creo que el límite biológico del
    ser humano
    son 120 años”
    ¿Y se podrían modificar? Sí, científicamente sí, sin problemas, pero ahí ya entramos en problemas mayores de regulaciones administrativas o políticas…
    Déjeme leerle una frase de un premio Nobel de Física, Richard Feynman: “Todavía no se ha encontrado en la biología nada que indique la inevitabilidad de la muerte. Esto me sugiere que no es del todo inevitable, y que solo es cuestión de tiempo que los biólogos descubran qué es lo que nos causa ese problema, y que esta terrible enfermedad universal, la temporalidad del cuerpo humano, se curará”. Me gusta lo de la temporalidad del cuerpo humano. Y sí, es muy posible que tenga razón, encaja con lo que le estoy diciendo, pero lo que no sé es cuándo llegaremos a esa curación…
    Era un tipo muy peculiar Richard Feynman. Pintaba en sus ratos libres y de mayor le dio por aprender a tocar los bongós y daba recitales a sus amigos y alumnos… Debo decirle que estas cosas son bastante comunes entre muchos científicos. Que nadie crea que somos unos tipos despistados que estamos metidos entre microscopios sin saber nada de la vida… Aquí, en el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, el CNIO, no me he encontrado ninguno así. Somos gente muy interesada por todo: por el arte, por la cultura. Es que, obviamente, si eres un científico, eres un intelectual. Entonces, como en cualquier otra profesión intelectual la gente es muy sofisticada. No me extraña lo de Feynman y los bongós, no…
    Déjeme acabar este apartado del envejecimiento. Si en el siglo XXII todos llegarán a los 115, ¿cómo dividimos el periodo de educación, el de trabajo activo y el de jubilación?Pues dando un revolcón al modelo social de la posrevolución industrial que aún estamos viviendo. Toda esa organización que fue un enorme avance en su momento, ahora habrá que buscarle un relevo inteligente. No hay sociedad que resista cuarenta años de producción activa y setenta de vida pasiva. Los científicos que conozco no quieren jubilarse de ninguna manera. Es gente que está capacitada para seguir haciendo su trabajo igual que una persona más joven y puede ser muy útil para la sociedad. Fíjese en mi maestra Margarita Salas (76 años y en activo)… Esto supongo que cambiará en un futuro muy próximo.
    ¿Hay conciencia entre los investigadores de la importancia de lograr avances en la lucha contra el envejecimiento?Absolutamente. Es prioritaria en el mundo de la ciencia y es uno de los campos de investigación a los que se dedica mayores cantidades de dinero. La Comisión Europea lo ha hecho proyecto prioritario. Pero también en las empresas y en la industria farmacéutica. Eso es lo que explica que hayamos visto este año cómo una empresa tan innovadora pero tan alejada de la bioquímica como Google haya hecho una inversión brutal en su compañía Calico, que está dedicada precisamente a proyectos de investigación en este campo. Y el testigo lo ha recogido Craig Venter, el biólogo y empresario que compitió con el Gobierno americano para descubrir la secuencia del genoma humano. Ahora ha dicho que está dispuesto a competir también con Google para ser el primero en conseguir fármacos que retrasen el envejecimiento. Y es que Venter ya da por hecho que se logrará ese objetivo. La única duda es cuándo.
    ¿Dominará la empresa privada la investigación en los próximos cien años? Lo que es evidente es que ahora los Estados no pueden afrontar los costes de los ensayos clínicos. Son las empresas farmacéuticas – como es natural– las que están aportando los fondos para que cada día se investigue más. Aquí mismo, en el CNIO, hemos vivido casos muy interesantes. Tenemos un programa de desarrollo de fármacos, que es importantísimo para el centro, del que estamos muy orgullosos. Hacemos el desarrollo inicial, que es el que podemos hacer, porque tenemos a los investigadores, a los que tienen las ideas, a los que descubren las cosas nuevas. Pero en determinado punto necesitamos alianzas con la empresa farmacéutica para hacer la siguiente inversión, que ya es algo que el presupuesto del centro no puede atender de ninguna manera. Pero ya hemos logrado, entre otras muchas cosas, algo tan importante como acelerar el desarrollo de fármacos, porque lo que normalmente tarda veinte años, aquí ya se lo damos hecho a la empresa. O sea, que los Gobiernos deberían apostar por dotar a los centros de élite de suficiente presupuesto para conseguir esas fases iniciales de la investigación que tienen un valor incalculable. Incluso en este centro, por la licencia de uno de nuestros proyectos, ya hemos ingresado medio millón de euros, y nuestro sueño es alcanzar los 20 millones de euros. Pero sí, por supuesto que es clave la colaboración con las empresas farmacéuticas, aunque…
    Acabe, acabe usted la frase que ha dejado a medias… No, no, decía que es un handicap también, porque va a depender, obviamente, de los intereses económicos de las empresas farmacéuticas. Pero bueno, al final se trata de que la obtención de rentabilidad de ese fármaco sea un acicate para lograr que la investigación llegue a buen puerto, que es lo que deseamos los investigadores: que nuestro trabajo sea útil, que llegue a revertir en beneficio de la sociedad. Lo que no evita algo evidente, que es que no todas las enfermedades se estudian por igual, porque depende del interés económico y de incidencia. Al ébola, mientras era una cosa rara que ocurría en África, en Occidente nadie le prestaba la menor atención. Pero en cuanto ha saltado a países del primer mundo… Hay muchísimas enfermedades raras que causan muchísimo dolor en no pocas personas, incluso en los países más desarrollados, pero que no tienen tratamiento porque a nadie le merece la pena económicamente ponerse a buscar el remedio. Es una tremenda injusticia que solo podría paliarse con ayuda de fundaciones privadas o apoyo directo de instituciones públicas. Será rara la enfermedad, pero estamos obligados a curarla…
    María Blasco es la directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas. / GORKA LEJARCEGI
    ¿Avanza la investigación científica? Muchísimo. Está creciendo exponencialmente en todo el mundo. Se ha producido además una importantísima novedad, y es que al numeroso grupo occidental ya conocido de vanguardia en la investigación, Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, Europa en general, se ha sumado China, donde cada vez hay un mayor desarrollo científico. Yo creo que todo esto es algo realmente masivo que va a cambiar radicalmente las herramientas que tenemos para ir mejorando nuestra sociedad, y eso incluye también la salud.
    ¿China ha crecido tanto en investigación científica?Muchísimo. Parte de los chinos que se fueron sobre todo a Estados Unidos y que se han formado allí, que han alcanzado posiciones muy punteras en universidades tan buenas como pueden ser Harvard o Stanford, están volviendo ahora a China y están montando allí centros de investigación muy potentes, con una cantidad de medios que impresiona. Es cierto que China todavía tiene una desventaja con respecto a los países llamados occidentales, con una tradición científica digamos larga, que es que suelen producir mucho, pero con una menor sofisticación en los análisis. Por ejemplo, en el caso de la secuenciación de genomas, de leer el ADN, del cáncer y de otras enfermedades, China claramente es el líder en cuanto que lo puede hacer muchísimo más rápido y más barato, pero en el análisis de todos esos resultados todavía sigue teniendo el liderazgo Occidente. Pero con el tiempo yo creo que China se pondrá a la cabeza no solo en producción, sino también en análisis o innovación. Lo veremos en el siglo XXII.
    A poco que reflexionemos sobre ello, enseguida nos damos cuenta de que en realidad estamos hablando de algo que solo afecta, prácticamente, al primer mundo… Es terrible pensar que hay países tan pobres en los que la sanidad es prácticamente inexistente, como en Sierra Leona. Es duro pensar en la tremenda desigualdad, que solo una parte de la humanidad pueda beneficiarse de esos avances, mientras en otras zonas hay niños que se mueren por enfermedades aquí consideradas leves y que se curan con una simple inyección. O solo con agua. Hay que acabar como sea con las desigualdades, incluso las que hay dentro de un mismo país…
    Usted ha escrito sobre el machismo. ¿Hay mucho en la ciencia? No es un mundo muy machista, no, pero la percepción empeora cuando se habla de puestos de dirección. Espero que el siglo XXII nos traiga la diversidad en todos los sentidos, entre gentes de diversos países, de sexos, de orientación sexual. Pero a las estructuras viejas les cuesta mucho ceder poder. En este terreno del machismo, por ejemplo, España ha estado y aún está muy atrasada. La política de paridad es un desastre. Y si no avanza esa igualdad, habrá una explosión de un feminismo muy beligerante.
    ¿Una bióloga molecular podrá ser religiosa y creyente en un Dios todopoderoso en el siglo XXII? Bueno, yo no soy religiosa. Soy una persona espiritual en el sentido de que me gusta el arte, me gustan cosas que trascienden el mero materialismo, la belleza, etcétera. Pero no podría ser religiosa, me lo impide mi intelecto. Me parece incomprensible que la ciencia y la investigación, que hoy en día es extraordinariamente avanzada y sofisticada y puede explicar muchos procesos naturales, no sea aún hegemónica y conviva de hecho con creencias mitológicas, como el creacionismo, para explicar la vida y el universo.
    Me ha parecido entrever a lo largo de la entrevista que es usted una persona más bien optimista de cara al futuro…Pues sí, porque el camino que ha seguido la humanidad, con todos sus problemas y sus enormes frenazos, es el de la cultura y la racionalidad, el de la democracia y la igualdad, el del bienestar social y los avances médicos y tecnológicos para intentar acabar con el dolor y las enfermedades. Y sí creo, la verdad, que vamos hacia un futuro más igualitario, donde habrá tantas mujeres como hombres como líderes globales. Seremos ciudadanos del planeta Tierra y no de un país concreto. Confío, en definitiva, en que caminamos hacia un mundo cada vez más justo y con menos sombras. 

    domingo, 5 de abril de 2015

    Manzanas bellas y patatas sanas: para americanos

    EE UU declara aptas para el consumo humano nuevas variedades transgénicas. Europa, por ahora, les da la espalda

    Una cesta de manzanas con una estropeada.

    Pronto habrá en los mercados unas manzanas de pulpa blanca y hermosa que no pardeará en la macedonia, y unas patatas que contendrán menos acrilamida cancerígena después de freírse. Pero solo en los mercados norteamericanos. Esas dos nuevas variedades son transgénicas, y no llegarán a Europa pese a haber superado los controles ambientales y sanitarios de las agencias de Estados Unidos, que son los más exigentes del mundo. El problema de la Unión Europea con los alimentos modificados genéticamente no es científico, sino mucho más grave: una especie de religión burocrática impermeable a las pruebas. ¿Patatas y manzanas? Americanas, gracias.
    Cualquiera que haya cortado una manzana en cuatro trozos y haya esperado un par de horas para comérsela habrá visto con agustia lo que ocurre: la pulpa expuesta al aire se vuelve marrón y adquiere un aspecto mugriento que raya en lo incomestible. La razón son unas enzimas llamadas polifenol-oxidasas que, como indica su ingenioso nombre, se dedican a oxidar los polifenoles. Los científicos deOkanagan Specialty Fruits, una pequeña firma de agricultura biotecnológica basada en la ciudad canadiense de Summerland, han ideado una forma de reducir la actividad de esas enzimas, y han creado así unas frutas (manzanas árticas) que apenas pardean. Transgénicas, por supuesto: la madre naturaleza no tiene el menor interés en alegrar la vista de los consumidores.
    El caso de la patata innata desarrollada por la firma de IdahoSimplot Plant Sciences es aún más interesante. Comparte con la manzana de Okanagan la reducción de la actividad oxidante de las enzimas —lo que evita el feo aspecto de las magulladuras que sufren estos tubérculos durante el transporte—, pero contiene además unas modificaciones metabólicas que reducen su cantidad de acrilamida, un compuesto tóxico y cancerígeno que surge al freírlas y que lleva 10 o 15 años preocupando a los reguladores sanitarios de los países occidentales. También es transgénica, por supuesto.
    Un experto: “Estos alimentos se han diseñado por el bien del consumidor”
    El rechazo de los grupos ecologistas y de consumidores occidentales a los alimentos transgénicos se debe a argumentos medioambientales y de salud pública. Las nuevas patatas y manzanas modificadas genéticamente, sin embargo, han superado las pruebas medioambientales y sanitarias más exigentes que existen en el mundo. El departamento de Agricultura estadounidense les dio luz verde el año pasado como inocuos para otros cultivos y el medio ambiente, y la agencia de seguridad alimentaria del mismo país(FDA, o Food and Drug Administration) las acaba de declarar aptas para el consumo humano.
    En el enquistado debate sobre los alimentos transgénicos en Europa, la manzana ártica y la patata innata representan otras dos innovaciones de gran importancia. “Hasta ahora, las semillas transgénicas comercializadas suponían una ventaja para el fabricante o para el agricultor”, explica el presidente de la European Plant Science Organisation (EPSO), José Pío Beltrán. “Las nuevas patatas y manzanas están diseñadas sobre todo por el bien del consumidor”. La EPSO agrupa a 28.000 científicos de 220 institutos de investigación de 30 países europeos.
    La segunda novedad de las patatas y manzanas transgénicas es de una índole más técnica, aunque no menos relevante. Las plantas transgénicas tradicionales se generaban introduciendo un gen extraño —por ejemplo, bacteriano— en el genoma de una especie vegetal. Esta clase de saltos entre especies ha propiciado queGreenpeace y otros grupos ecologistas califiquen los organismos genéticamente modificados de Frankenfood (comida Frankenstein) y los descalifiquen como engendros contrarios a los designios de la naturaleza.
    De momento no se ha presentado en la UE ninguna petición para aprobarlos
    Pero los nuevos productos no llevan ningún gen extraño a los propios de la patata o de la manzana naturales. Se basan en una tecnología llamada ARN de interferencia, que consiste en tomar piezas de ADN de la propia planta —como los genes de las polifenoloxidasas que pardean la pulpa— y utilizarlos para atenuar la expresión, o grado de activación, de esas mismas enzimas en las células de la planta natural. “En el resultado final ni siquiera hay vectores ni genes de resistencia a antibióticos extraños a la planta”, asegura Pío Beltrán. “La patata y la manzana son en el fondo tan naturales como las especies de que proceden”.
    Pero nada de esto servirá para aprobar estos productos en Europa, cuya legislación no atiende tanto a argumentos científicos como a prejuicios y consideraciones de conveniencia política. “De momento no se ha presentado ninguna solicitud para aprobar la patata y la manzana en Bruselas”, dice el director general de Producción y Mercados Agrarios del Gobierno español, Fernando Miranda. “Y aun cuando se presente, la experiencia nos dice que los protocolos de aprobación pueden llevar más de diez años, y ninguna empresa puede programar sus inversiones con esas expectativas".
    La regulación europea sobre transgénicos cambió en enero pasado. A partir de ahora existe la posibilidad del opt out (excluirse), por la que cualquier país podrá aprobar un nuevo cultivo transgénico pese a la recomendación contraria de la Comisión Europea, siempre que la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA, European Food Safety Authority) haya dado la luz verde científica.
    Pero las empresas no consideran muy atractivo un mercado donde solo dos o tres países miembros puedan aprobar sus productos, ni que un Gobierno pueda aprobar una planta transgénica en la presente legislatura y el siguiente la prohíba sin siquiera la necesidad de presentar argumentos científicos para ello.
    En conclusión, las manzanas y patatas que según los científicos serán más convenientes y sanas que las naturales, no llegarán a los mercados europeos en un plazo previsible.

    sábado, 4 de abril de 2015

    Aceite de pescado: un complemento, no una medicina

    Las afirmaciones sobre las cápsulas de omega-3 no están avaladas por las investigaciones

    Las cápsulas de omega-3 son el tercer complemento alimenticio más consumido en EE UU. /WIKIMEDIA COMMONSr
    En la actualidad, el aceite de pescado es el tercer complemento dietético más consumido en Estados Unidos después de las vitaminas y los minerales, según un informe reciente de los Institutos Nacionales de Salud. Al menos un 10% de los estadounidenses toma aceite de pescado con regularidad, y en su mayoría creen que los ácidos grasos omega-3 de los complementos protegen su salud cardiovascular.
    A excepción de dos, todos los estudios descubrieron que, en comparación con el placebo, el aceite de pescado no mostraba beneficio alguno
    Entre 2005 y 2012, importantes revistas de medicina publicaron al menos 25 estudios rigurosos sobre el aceite de pescado, la mayoría de los cuales investigaban si dicho producto podía impedir accidentes cardiovasculares en poblaciones de alto riesgo. Se trataba de personas con un historial de cardiopatía o factores marcados de riesgo, como un colesterol alto, hipertensión o diabetes tipo 2.
    A excepción de dos, todos los estudios descubrieron que, en comparación con el placebo, el aceite de pescado no mostraba beneficio alguno.
    Sin embargo, durante esos años, las ventas de aceite de pescado ascendieron a más del doble, no solo en Estados Unidos, sino en todo el mundo, señala Andrew Grey, catedrático adjunto de medicina en la Universidad de Auckland, en Nueva Zelanda, y autor de un estudio sobre el producto publicado en 2014 en JAMA Internal Medicine.
    “Existe una importante desconexión”, afirma Grey. “Las ventas están aumentando pese a la progresiva acumulación de ensayos que no muestran ningún efecto”.
    Existen buenos motivos, al menos en teoría, por los que el aceite de pescado debería mejorar la salud cardiovascular. La mayoría de los complementos de aceite de pescado son ricos en dos ácidos grasos omega-3 –el ácido eicosapentaenoico (EPA) y el docosahexaenoico (DHA)– que pueden fluidificar la sangre, como la aspirina, que tiene la capacidad de reducir la posibilidad de trombos. Los omega-3 también pueden mitigar inflamaciones, que influyen en la ateroesclerosis. Y la Administración de Alimentos y Medicamentos ha aprobado al menos tres tipos de fármacos de aceite de pescado -Vascepa, Lovaza y una versión genérica- para el tratamiento de triglicéridos muy elevados, un factor de riesgo en cardiopatías.
    Pero estas propiedades de los ácidos grasos omega-3 no se han traducido en beneficios notables en la mayoría de los ensayos clínicos.
    Las ventas están aumentando pese a la progresiva acumulación de ensayos que no muestran ningún efecto”
    Parte del entusiasmo inicial por el aceite de pescado se remonta a estudios realizados en los años setenta por los científicos daneses Hans Olaf Bang y Jorn Dyerberg, que determinaron que los esquimales que vivían en el norte de Groenlandia presentaban unos índices considerablemente más bajos de enfermedades cardiovasculares, cosa que atribuyeron a una dieta rica en omega 3 que consistía principalmente en pescado, foca y grasa de ballena. George Fodor, cardiólogo de la Universidad de Ottawa, destacaba los errores de muchos de estos primeros estudios, y llegó a la conclusión de que el índice de cardiopatías entre los esquimales había sido enormemente infravalorado. Pero el aura de los aceites de pescado persiste.
    Los argumentos a favor del aceite de pescado recibieron un espaldarazo gracias a varios estudios llevados a cabo en los años noventa, entre ellos un ensayo italiano que descubrió que los supervivientes de infartos que fueron tratados con un gramo diario de aceite de pescado presentaban índices más bajos de mortalidad que aquellos que tomaron vitamina E. Dichos hallazgos llevaron a grupos como la Asociación Estadounidense de Cardiología a recomendar el aceite de pescado hace aproximadamente una década, ya que era una manera de que los pacientes introdujeran más omega 3 en su dieta.
    “Pero desde entonces ha habido un aluvión de estudios según los cuales no presentan ningún beneficio”, señala James Stein, director de cardiología preventiva en los Hospitales y Clínicas de la Universidad de Wisconsin. Entre ellos hubo un ensayo clínico con 12.000 personas, publicado en The New England Journal of Medicine en 2013, que descubrió que un gramo de aceite de pescado diario no disminuía la tasa de mortalidad por infarto y embolia en gente con síntomas de ateroesclerosis.
    “Creo que, ahora mismo, podemos dar por terminada la era del aceite de pescado como medicación”, afirma el principal autor del estudio, Gianni Tognoni, del Instituto de Investigación Farmacológica de Milán.
    Según Stein, los primeros estudios sobre el aceite de pescado se realizaron en una época en que las enfermedades cardiovasculares se trataban de manera muy distinta a hoy en día y se utilizaban muchas menos estatinas, beta bloqueadores, anticoagulantes y otros tratamientos intensivos. Por tanto, dice, aunque el efecto del aceite de pescado fuese menor, debía de ser más perceptible.
    Creo que, ahora mismo, podemos dar por terminada la era del aceite de pescado como medicación”
    “En la actualidad, el nivel de atención es tan bueno que añadir algo tan pequeño como una cápsula de aceite de pescado no supone ninguna diferencia”, afirma. “Es difícil mejorarlo con una intervención que no sea muy fuerte”.
    Asimismo, Stein advierte de que el aceite de pescado puede ser peligroso cuando se combina con aspirina u otros anticoagulantes. “Con mucha frecuencia, vemos a gente que toma aspirina o una superaspirina’en combinación con aceite de pescado, y les salen moratones y sufren hemorragias nasales con suma facilidad”, señala. “Y cuando interrumpimos el consumo de aceite de pescado, mejoran”.
    Como muchos cardiólogos, Stein anima a sus pacientes a evitar los complementos de aceite de pescado y a consumir pescados grasos al menos dos veces por semana, siguiendo las directrices federales sobre una ingesta segura de pescado, ya que contiene varios nutrientes saludables y no solo EPA y DHA. “No recomendamos el aceite a menos que la persona no incluya absolutamente nada de pescado en su dieta”, remacha Stein.

    Contra más enfermedades

    Pero algunos expertos dicen que la defensa del aceite de pescado sigue abierta. JoAnn Manson, jefa de medicina preventiva en el Hospital Brigham and Women’s de Boston, asegura que los grandes ensayos clínicos sobre el aceite de pescado se centraron solo en personas que ya padecían cardiopatías o corrían un riesgo muy alto de sufrirlas. También se ha promocionado el aceite de pescado para la prevención de otras enfermedades, entre ellas el cáncer, el alzhéimer y la depresión.
    Manson está dirigiendo un ensayo clínico de cinco años conocido como estudio Vital, en el que participan 26.000 personas más representativas de la población general. Dicho ensayo, cuya finalización está prevista para el año que viene, determinará si el aceite de pescado y la vitamina D, por separado o combinados, tienen algún efecto en la prevención a largo plazo de la cardiopatía, la diabetes tipo 2 y otras afecciones en personas que no presentan muchos factores de riesgo relevantes.
    Aunque Manson primero recomienda comer pescado graso, no suele impedir que la gente consuma el aceite, en parte porque no parece tener grandes efectos secundarios en personas en general sanas.
    “Pero creo que la gente debería darse cuenta de que todavía no hay consenso”, precisa, “y de que es posible que esté gastando mucho dinero en esos complementos sin obtener ningún beneficio”.