jueves, 30 de octubre de 2014

1ºBACHILLERATO. REINO PROTOCTISTA

EL RINCÓN DE LA CIENCIA

Nuevas pistas sobre los genes de la muerte súbita

  • Identificadas nuevas mutaciones relacionadas con la miocardiopatía hipertrófica

  • El responsable del hallazgo es un equipo coordinado desde la Universidad de Oviedo

El equipo de la Universidad de Oviedo y el Hospital Central de...
El equipo de la Universidad de Oviedo y el Hospital Central de Asturias responsable del hallazgo. U. OVIEDO
Detrás de muchos casos de muerte súbita está la miocardiopatía hipertrófica, un trastorno que provoca el engrosamiento del músculo del corazón y, por tanto, puede alterar el correcto bombeo de la sangre. En los últimos años, se habían identificado las mutaciones genéticas responsables de hasta el 60% de los casos, pero seguía existiendo un grupo de pacientes para los que no había un 'culpable' señalado en su ADN.
Esta semana, un equipo de investigadores de la Universidad de Oviedo ha revelado al menos parte de esa incógnita. En las páginas de la revista Nature Communications, estos científicos coordinados por Carlos López-Otín y Xose S. Puente, del Instituto de Oncología de la Universidad de Oviedo, detallan una relación hasta ahora desconocida de varias mutaciones en el gen FLNC con el trastorno. De hecho, su trabajo ha permitido definir una nueva forma hereditaria de la enfermedad.
Para la identificación de las alteraciones genéticas han sido clave las técnicas de análisis genómico desarrolladas en el laboratorio del citado Instituto de Oncología como parte el proyecto de desciframiento de los genomas del cáncer, subrayan los investigadores, que también han contado con la colaboración de varios profesionales del Hospital Universitario Central de Asturias.
El descubrimiento tiene importantes implicaciones clínicas ya que "va a permitir desarrollar métodos de diagnóstico precoz, hacer un seguimiento clínico continuo en los portadores de las mutaciones y, si fuese necesario, implantarles un desfibrilador evitando de esta manera el proceso que desencadena la muerte súbita", explican a través del correo electrónico López Otín y Ana Gutiérrez, otra de las principales firmantes del trabajo.
La investigación partió del caso de una mujer de 53 años que llevaba más de 30 viviendo con la enfermedad (gracias, entre otras terapias, a que le implantaron un desfibrilador semiautomático en el corazón) y en cuya familia se habían dado varios casos de muerte súbita. El análisis de su ADN demostró que en su genoma no había ninguna de las mutaciones que previamente se habían relacionado con la miocardiopatía hipertrófica, por lo que era una candidata perfecta para la identificación de nuevas variantes.
La secuenciación del exoma (las partes codificantes del genoma) permitió a los investigadores asturianos dar con una mutación 'sospechosa' en FLNC, un gen que codifica una proteína denominada filamina C e implicada en la diferenciación de los miocitos y la función muscular, por lo que analizaron a nueve miembros de su familia para corroborar su papel. El análisis demostró la existencia de una relación directa con la miocardiopatía hipertrófica.
Los investigadores avanzaron un paso más y estudiaron a fondo dicho gen en otras 92 personas con la cardiopatía -y que tampoco presentaban las variantes genéticas conocidas relacionadas con la enfermedad- tratando de dilucidar el papel de FLNC. Ese estudio "permitió encontrar un total de ocho familias portadoras de distintas mutaciones en FLNC, todas ellas asociadas al desarrollo de la enfermedad", explican los investigadores.
Aunque todavía es difícil de estimar, las nuevas mutaciones identificadas "pueden llegar a representar el 10% de los casos de esta cardiopatía no causados por genes conocidos hasta el momento", añaden.
Previamente, ya se había relacionado a FLNC con otros trastornos del miocardio, por lo que en la revista científica los investigadores especulan que las mutaciones en este gen "pueden generar un espectro de trastornos del músculo" que provocan distintas anormalidades, con mayor o menor impacto en la vida del paciente.
Tras descubrir estas mutaciones, el equipo realizó un análisis funcional de dichas mutaciones para definir el mecanismo molecular por el que las mutaciones encontradas provocan la miocardiopatía, lo que ha permitido demostrar que las alteraciones genéticas causan la formación de agregados proteicos en el músculo cardiaco que se acumulan impidiendo el correcto funcionamiento del corazón.
En las conclusiones de su trabajo, los investigadores reconocen que el tamaño relativamente pequeño de la muestra analizada constituye una limitación, por lo que reclaman más estudios al respecto que ratifiquen sus hallazgos y definan el rol preciso que cumple FLNC en la miocardiopatía hipertrófica.
De momento, los científicos asturianos ya están "ampliando el estudio con más pacientes, secuenciando el genoma en unmayor número de familias para identificar a los posiles portadores de mutaciones en FLNC y tratar de descubrir nuevos genes implicados en esta patología".

martes, 28 de octubre de 2014

jueves, 23 de octubre de 2014

El detective de la talidomida

Un español meticuloso fue clave para relacionar el fármaco con las malformaciones de los bebés


Claus Knapp en Hambugo en los cincuenta.

"No quiero el premio ese que dan los suecos, sino el Guinness a la investigación más barata y eficaz”. Aunque el nombre engaña, a sus 85 años Claus Knapp es puro madrileño. Y las indagaciones a las que se refiere son las que le llevaron, junto a su compañero de la Clínica Universitaria de Hamburgo Widukind Lenz, a descubrir el origen de las malformaciones que, a partir de 1959, empezaron a ver en recién nacidos. “Eran casos terribles; niños que nacían sin brazos ni piernas”, recuerda, mientras enseña la cruda foto de uno de aquellos bebés en sus manos, solo un tronco. “Murió a los 11 días”.
 “Cuando me llegaron los primeros casos pensé: ‘Tenemos que hacer algo”. Y, tras consultarlo con Lenz y con su jefe, del que ambos eran adjuntos, iniciaron el trabajo. Fueron poco más de tres semanas. Hace justo 52 años de aquello. El pasado lunes se veía en Madrid la última sesión del juicio contra la farmacéutica alemana Grünenthal por la venta de la talidomida en España.
  “Teníamos casi 30 casos, pero nos dijeron que en Münster había más. Al final, vimos más de 500”, relata Knapp.
Durante aquellos días, hicieron doble jornada. Por la tarde, tras salir de la clínica, cogían el coche de Knapp y visitaban una a una a las madres de esos niños. “Era muy duro porque estaban muy afectadas”, recuerda. Lenz era “el inteligente, yo el listillo”, resume Knapp. Tan inteligente era el alemán que, pese a que hicieron el trabajo al alimón, él fue el que quedó en la memoria. “No me importa. Yo estaba esperando un hijo y lo que quería era volver a España”. Pero Knapp también era “el meticuloso, algo que había aprendido en el Colegio Alemán de Madrid, donde estudié antes de la Guerra Civil”. Pese a la formación de Lenz, pronto descartaron el factor genético. “Los casos aparecían en familias sin antecedentes. Y no había antecedentes: solo encontramos un caso similar, en un libro de dibujos de 1806 de Geoffroy Saint-Hilaire”.
El médico colabora ahora con los afectados españoles para acreditar el origen de sus malformaciones
Las dos primeras semanas no dieron fruto. “Hicimos una historia clínica amplísima. Le preguntábamos a las mujeres de todo: qué habían comido, qué postres compraron. Pero nada”. También, obviamente, preguntaban por los fármacos. “Los médicos empezaron a cogernos manía, porque les pedíamos las historias clínicas y se veía el descontrol que había. Todos daban medicamentos sin apuntarlos”, cuenta.
A las dos semanas de trabajo, una de aquellas visitas les dio la pista definitiva. “Fuimos a casa de un matrimonio. Él era psicólogo, y llevaba un control exhaustivo del embarazo. Fue tajante: ‘Esto es de la talidomida; es lo único que ha tomado”, recuerda Knapp que les dijo. “Habíamos visitado ya una veintena de casas, y ninguna mujer nos lo había dicho. Pero aquel hombre parecía muy seguro. Lenz y yo nos miramos. Y, entonces, hice la que considero mi mayor aportación al trabajo. Le dije: ‘Hay que volver a empezar”. En los siguientes días volvieron a visitar a las mujeres, pero ampliando el cuestionario. “No queríamos preguntarles por la talidomida, porque podían haber dicho que la investigación estaba dirigida. Queríamos que nos lo dijeran ellas”.
No fue tan fácil. Una de las primeras a la que volvieron a visitar, después de preguntarle, recordó que su vecina le había dado algo para el dolor de cabeza. Fueron a verla. “La mujer trabajaba en una fábrica de válvulas, y era ahí donde conseguía las medicinas. Según nos contó, las trabajadoras estaban sentadas en círculo, y en medio tenían una especie de frutero lleno de pastillas. Como tenían que estar tan concentradas, a todas les dolía la cabeza, y cada una cogía lo que le parecía. Así llegó la talidomida hasta su casa”.
Poco a poco, los casos se fueron confirmando. En un artículo que escribieron en 1962 Lenz y Knapp, el que dejó zanjado el asunto, describen varias situaciones en las que no bastó con preguntar. Muchas de aquellas mujeres seguían sin mencionar la talidomida, pero, entonces, se dirigieron también a los médicos de cabecera. “Ante nuestra sorpresa, la mayoría de las historias se volvieron positivas”, cuentan. Por ejemplo, relatan la de un niño que nació el 18 de septiembre de 1961. “Sus padres declararon con toda determinación que la madre no había tomado ningún medicamento somnífero ni sedante”, relatan. “Pero una caja olvidada en un neceser de viaje que hacía de botiquín familiar” desmontó esa versión. Al volver a preguntar al seguro de la mujer, se supo que un sustituto se la había recetado.
Knapp, hace cinco días en Madrid, con los historiales de las madres con bebés afectados. / ULY MARTIN
“Otra vez la madre no recordó que había estado ingresada por apendicitis. Creía que eso había sido antes del embarazo. Había recibido talidomida durante el ingreso”, cuenta Knapp. “En otra casa, el frasco estaba escondido, en un cajón aparte del resto de los medicamentos. La madre había aconsejado a la hija embarazada que no le dijera al marido que estaba tomando cosas para los nervios. Eso estaba mal visto”.
Cuando ya tenían casi todos los casos verificados, hicieron un último esfuerzo para no dejar ningún cabo suelto. “Había una mujer que negaba y negaba que hubiera tomado nada. Pero teníamos que conseguirlo. Así que un día fui con mi mujer al hospital donde había dado a luz. Mientras ella entretenía a la enfermera, yo rebusqué en su historia clínica, ¡y ahí estaba!”.
Aquellos datos fueron recogidos uno a uno. Y los investigadores, una pareja de Sherlock y Sherlock en la que ninguno de los dos se sentía Watson, fueron más allá. “Empezamos a preguntar a colegas, e hicimos cuatro grupos: casos nuestros en los que sabíamos la fecha de la concepción, casos en los que sabíamos la de la última menstruación, y otros dos iguales con los datos que nos enviaban otros médicos”.
El volumen de datos crecía. Pero el pasado de cada uno vino en su ayuda. “Durante la II Guerra Mundial, Lenz había estado prisionero en Inglaterra. Allí, en un campo, los presos se daban clases unos a otros. Y él las recibió de estadística. Eso nos permitió estructurar todos los datos”. Knapp fue el encargado de reflejar aquella información gráficamente. Lleva aquellos pliegos consigo, y los desenrolla con mimo. Todavía, 50 años después, mantiene ocultos al periodista los nombres de las mujeres. A través del papel traslúcido se lee uno: Betina. “Antes de estudiar medicina me había presentado a las pruebas de Ingeniería de Caminos, así que yo dibujaba muy bien”, dice sin presunción.
Aquellos detallados gráficos muestran al lado del nombre de cada mujer una serie de hitos: la fecha de la concepción, la de la última menstruación, las malformaciones del bebé, su fecha de nacimiento y, pintadas con detalle, las capsulitas romboides que tomó cada una. “Estos dibujos fueron clave para el futuro de la investigación”, dice.
Cuando acabaron de volcar los datos de la primera veintena de mujeres, la conclusión era clara: todas habían tomado talidomida entre los días 37 y 50 de la gestación. “¡Lo habíamos encontrado!”, dice Knapp, y todavía se le ilumina la sonrisa al recordarlo.
Pero, con ello, no había acabado su trabajo. “Quedaba lo peor: comunicárselo al laboratorio”. Fueron a su jefe, y le expusieron sus conclusiones. “Él nos dijo: ‘Hay que llamar a Grünenthal. Pero no lo hagáis solos. Que alguien del centro sea testigo”. Knapp fue el encargado de la llamada. “Educadamente, les dije: ‘Tenemos la sospecha fundada de que su medicamento está causando las malformaciones’. Hubo un clic, y se puso un abogado. Ya debían de sospechar algo”, cuenta el médico. “Grünenthal es un laboratorio muy poderoso, así que les dijimos que vinieran y les dábamos nuestros datos. Aparecieron con tres abogados. La universidad nos apoyó con uno. Les enseñamos los papeles, pero, después de irse, nos llamaron y nos dijeron que no se lo creían”.
Fueron unos días tensos. “Los detectives pululaban a nuestro alrededor. Y decidimos que teníamos que hacer ruido. Empezamos a contárselo a los colegas, y cada vez nos llegaban más casos. Al final, 17 días después, el laboratorio retiró el medicamento del mercado. ¡Quién sabe cuántos niños nacieron a los nueve meses con malformaciones que podían haberse evitado! Nosotros contamos cuatro”, se lamenta.
La historia tiene estrambote: “Poco después, vinieron de la empresa y nos pidieron llevarse los papeles. Les dijimos que no. Como mucho, les ofrecimos hacerles fotocopias. Yo vi que intentaban llevarse los originales, pero no queríamos darle el nombre de las mujeres. Temíamos que las presionaran para que cambiaran su versión, así que ellos metían la mano, pero antes de coger la fotocopia, yo cortaba con una cuchilla el nombre. No me atreví a tacharlos por si encontraban forma de leerlos”, relata Knapp como quien cuenta una travesura.
Todavía después de ello, el laboratorio se resistió a admitir su responsabilidad, dice. “Hicieron congresos, reuniones, llamaron a la prensa para descalificarnos”. La madre de Knapp, periodista de prestigio en Berlín, fue una ayuda fundamental en aquella lucha de medios. Poco después, nació el hijo de Knapp. “Él podía haber sido uno de los niños de la talidomida”, dice. El médico y su familia volvieron a España.
En 1971, el laboratorio acordó indemnizar a los afectados alemanes. Fue la llamada sentencia Contergan, así llamada por el nombre de uno de aquellos fármacos. La batalla podía haber quedado para el recuerdo, si no fuera por la reactivación del caso por los afectados españoles. “Vinieron a pedirme que revisara sus historias, pero no llegamos a tiempo para el juicio”. Su papel ante posibles indemnizaciones futuras —186 afectados piden 204 millones— puede ser, otra vez, clave. “Aunque no puedan demostrar que su madre tomó talidomida, eso no hace falta. Viendo sus lesiones, yo puedo certificar quién es afectado y quién no. Son muy características, y sería una injusticia que no se lo reconocieran”.

Primera condena en España por las malformaciones de la talidomida

Una juez obliga al laboratorio alemán Grünenthal a indemnizar a los afectados por el fármaco

La sentencia abre las puertas nuevas compensaciones en el futuro

/ Valencia / Madrid 20 NOV 2013 - 


Una de las víctimas de la talidomida el pasado 14 de octubre. / S. Sánchez

Los afectados españoles de la talidomida, un fármaco contra las náuseas en el embarazo que provocaba malformaciones en los niños, consiguieron hace un mes sentar en el banquillo a Grünenthal, el laboratorio que patentó, fabricó y distribuyó el medicamento. Habían pasado más de 40 años desde la retirada del producto. La sentencia del caso, hecha pública este miércoles, estima la “actuación culposa” de la farmacéutica por no haber tomado las medidas necesarias para comprobar la seguridad del producto. Sin embargo, la juez limita a una veintena las 186 indemnizaciones solicitadas por la Asociación de Víctimas de la Talidomida en España (Avite). Los afectados cobrarán, según la entidad, entre 660.000 y 1.980.000 euros, en función del grado de discapacidad reconocido (son 20.000 euros por cada punto porcentual, y van desde un 33% hasta el 99%).
El juzgado de Primera Instancia número 90 de Madrid concede el derecho de indemnización solo a quienes fueron reconocidos como víctimas del medicamento por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero en 2010 mediante un real decreto que fijó una serie de ayudas económicas, y a quienes puedan acogerse a esta medida en el futuro. Y excluye a aquellos que reciban fondos de la fundación Contergan, una entidad que el laboratorio alemán puso en marcha para canalizar las ayudas que acordó con los afectados alemanes en 1970. Según los cálculos de Avite, los beneficiarios serían 24.
Pese a estas restricciones, los afectados mostraron su alegría. “Es una sentencia histórica”, manifestó José Riquelme, presidente de Avite en la rueda de prensa que ofreció en Madrid tras conocer el pronunciamiento judicial, según recoge Efe. “[Pese a que] son 24 personas las que recibirán la compensación” el resto “podrá aprovecharse” de la sentencia “en cuanto sean reconocidos como afectados”. Por ello, Riquelme considera que el fallo abre la puerta a futuras indemnizaciones.
La empresa no comparte el fallo, pero no dice si lo va a recurrir
El laboratorio, en una nota de prensa, sostuvo que las condiciones que establece la juez reducen la cifra de los beneficiarios a menos de 20 personas, aunque no ha ofrecido una cifra exacta. Tampoco adelantó si piensa recurrir un fallo cuyos argumentos señala no compartir.
La talidomida se comenzó a distribuir de forma masiva a partir del año 1957 como un tranquilizante que era administrado también como calmante de las náuseas del embarazo. Se vendió en más de 50 países con más de 80 nombres comerciales. Avite calcula que en España pudieron nacer entre 2.000 y 3.000 personas afectadas, la mayoría de las cuales habrían fallecido. El fármaco fue prohibido por una orden ministerial en 1962.
En el fallo, la juez da la razón a los demandantes salvo a la hora de circunscribir el ámbito de aplicación de las ayudas. Para acceder a ellas debe de acreditarse la relación de causa efecto entre el consumo del fármaco y las malformaciones. Y ello, según la sentencia, solo queda claramente acreditado en las personas amparadas por el real decreto de 2010 ya que esta norma —además de establecer límites, como haber nacido entre 1960 y 1965— exige que el diagnóstico de la afectación lo acredite el Instituto de Salud Carlos III.
Las compensaciones oscilarán entre los 660.000 y los 1.980.000 euros
Por ello, se rechaza “un fallo condenatorio abierto e indeterminado” en lo que se refiere a los beneficiarios, más allá de las condiciones fijadas por la juez. Por ejemplo, se quedan fuera quienes pudieran ver reconocida su condición de afectados mediante resolución administrativa o por sentencia firme, como aspiraba Avite.
Por lo demás, el fallo tumba uno a uno los principales argumentos planteados por Grünenthal en el juicio.
Quizás sea en la atribución de responsabilidad y de culpa a la farmacéutica donde la sentencia es más taxativa. La juez rechaza la tesis del laboratorio de que en el desarrollo del medicamento procedió de acuerdo a los estándares de experimentación del momento y que los efectos que produjo no eran previsibles “bajo los conocimientos científicos” de la época. “Es completamente obvio que si se puso en el mercado un medicamento que ocasionó en su consumo las graves y lamentables consecuencias antes descritas [en referencia a las malformaciones] fue porque no se adoptaron todas las prevenciones exigibles para evitarlas o porque las adoptadas, fueron manifiestamente inadecuadas e insuficientes”, refleja el fallo. Y sigue: “El resultado dañoso evidencia que la experimentación no fue suficiente, adecuada ni acertada, cuando la exigencia en el campo comercial en el que nos encontramos ha de ser, por motivos obvios, la máxima posible”.
Además, señala que “la actuación culposa” en la fabricación de los medicamentos “es extensible” a la distribución, en manos de una filial, que, una vez suspendido el producto, optó por no comunicar a los médicos el motivo de la retirada del fármaco “lo que contribuyó a agravar la incidencia de la distribución y el consumo de los productos en España”.
Tampoco observa la juez motivos para considerar los hechos prescritos, como argumentó Grünenthal. El laboratorio sostuvo que las consecuencias de la talidomida se limitan a las malformaciones de los bebés, unos “daños permanentes que quedaron consolidados en el momento del nacimiento”.
El fallo, sin embargo, expone que como no se tiene un “conocimiento cierto, cabal, seguro, exacto y absolutamente definitivo sobre el alcance de las lesiones y secuelas producidas por la talidomida”, el plazo de exigencia de responsabilidades sigue vivo.
La juez también rechaza que Grünenthal Pharma SA, la empresa filial en España del grupo, sea una mera distribuidora del medicamento sin más responsabilidad. “Por su condición de filial (...) asume frente al usuario la responsabilidad de la bondad de los productos que distribuyó, pues constituye frente a aquel el último eslabón de la cadena de fabricación, promoción y distribución para el consumo de los medicamentos desarrollados por la matriz”.

Medio siglo para juzgar los daños

El principio. 1957. El laboratorio alemán Grünenthal patentó la talidomida en 1955. Dos años después, en 1957, comenzó a comercializarse como un tranquilizante, pero, además, fuera de prospecto, también se usó para tratar las náuseas de las embarazadas. Se vendió en numerosos países, incluido España.
La alarma. 1959. Los especialistas Claus Knapp y Widukind Lenz, de la Clínica Universitaria de Hamburgo, empezaron a investigar las malformaciones que, a partir de 1959, comenzaron a ver en recién nacidos. Poco a poco, todo empezó a apuntar a la talidomida como culpable de que los bebés nacieran, en algunos casos, sin brazos ni piernas. Publicaron los resultados de su investigación en 1962. En el mundo nacieron unos 50.000 niños afectados, de los que quedan con vida entre 10.000 y 15.000.
La retirada. 1961. Poco antes de ese artículo, las sospechas ya estaban muy extendidas y en diciembre de 1961 se empieza a retirar el fármaco en Alemania. En España, la orden de retirada no llegó hasta 1962, y aún después se siguó consumiendo. El gigante farmacéutico acordó en 1971 indemnizar a los afectados alemanes.
El reconocimiento en España. 2010. Después de varios años de lucha, La Asociación de Víctimas de la Talidomida en España (Avite) consigue que el Instituto de Salud Carlos III acredite su situación y, en 2010, que el Gobierno español lo reconozca, paso previo ineludible para poder llevar a la farmacéutica a los tribunales.
El juicio. 2011. Avite demandó a la compañía a finales de 2011 por las “gravísimas malformaciones congénitas”. La compañía se defendió asegurando que los efectos adversos han prescrito y que no está demostrada la culpabilidad del laboratorio. El juzgado madrileño ha dicho dos años después que Grünenthal tuvo una “actuación culposa”.

2º BACHILLERATO. PRÁCTICAS OBLIGATORIAS PAU

miércoles, 1 de octubre de 2014